Las infecciones son un problema de salud importante tanto por su morbilidad como por su mortalidad.
La patología infecciosa es la tercera causa de muerte en este grupo etario, después de la cardiovascular y las neoplasias. Además, consiste en una causa frecuente de ingreso hospitalario.
La incidencia de infecciones es mayor en ancianos que en la población más joven. Un diagnóstico precoz y una rápida instauración del tratamiento adecuado disminuyen la tasa de complicaciones. Igualmente, en ocasiones en los ancianos se demora por sus particularidades de presentación: existe una serie de alteraciones asociados al envejecimiento en los diferentes órganos y sistemas que predisponen al organismo a las infecciones.
En tal sentido, se producen cambios en el sistema inmunitario con el envejecimiento, a esto se lo conoce con el término de inmunosenescencia. Además, en los órganos y tejidos hay modificaciones que favorecen la colonización e invasión de microorganismos y a esto se suma la alta prevalencia de múltiples enfermedades (comorbilidad) que aumenta las complicaciones de los procesos infecciosos, empeorando el pronóstico.
Las infecciones en el anciano se presentan con frecuencia en forma atípica. Muchas veces, por ejemplo, no está presente la fiebre; los adultos mayores presentan una menor temperatura corporal y respuesta inflamatoria ante la infección. Por tal motivo, es sumamente necesario estar alerta ante síntomas y signos inespecíficos sugestivos de infección subyacente, tales como: caídas reiteradas, cuadro confusional, deterioro funcional agudo o anorexia.
GRIPE
Es una de las causas más habituales de infección respiratoria de vías bajas de etiología viral en ancianos. El 90 % de la mortalidad por gripe se produce en mayores de 65 años y constituye un problema aún más relevante en residencias de ancianos. La sintomatología más frecuente es: fiebre, tos y ruidos respiratorios acompañados en muchas ocasiones por confusión.
Los que desarrollan una enfermedad grave -y que presentan condiciones médicas subyacentes con alto riesgo de complicaciones- o que precisen hospitalización pueden recibir tratamiento con fármacos antigripales.
La medida preventiva más eficaz es la vacunación: su recomendación es unánime en todas las personas mayores de 65 años. Su efectividad dependerá de la edad e inmunocompetencia, y se ha comprobado su efecto en la reducción del riesgo de hospitalización y muerte. La vacuna previene la enfermedad en aproximadamente el 70 y el 90 % de las personas menores de 65 años sanas; en los de mayor edad y no institucionalizados la eficacia varía del 30 al 70 % para prevenir la hospitalización por gripe o neumonía. Entre los ancianos institucionalizados, la efectividad es del 50 al 60 % en cuanto a hospitalización por gripe o neumonía y del 80 % para evitar la muerte.
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